El estudio de los astros era clave para la toma de decisiones en el Imperio Incaico. Desde tiempos mitológicos, los Incas estuvieron a la merced de los designios divinos, para lo cual observaban el movimiento del Sol y de la Luna para determinar los momentos propicios para empezar el año agrario. Por lo tanto, ambos astros tenían singular importancia para sus ritos.
En los tiempos del Inca Pachacútec, noveno Inca y primer Emperador, se decidió que para unificar al vasto Imperio debía unírsele bajo la bandera de la religión, escogiendo al dios Sol como el punto de unión para una nación amplia y variopinta. Por ello, mandó a construir templos para su veneración a lo largo y ancho del territorio quechua.
Mediante los observatorios solares, los cuales estaban ubicados en ciertos puntos estratégicos del Imperio para su corroboración y precisión científica, se determinaba los solsticios de verano e invierno: el Inti Raymi y el Cápac Raymi, los ejes del año agrícola del antiguo Perú.
Según las crónicas de los conquistadores españoles, recopiladas de la tradición oral de los indígenas, en el Cusco existía un enorme calendario solar público conformado por pilares de piedra de cinco metros de altura cada uno. Este calendario establecía la fecha mediante la combinación de luz y sombra que hacía la iluminación solar en ellas mirando hacia el horizonte.
Numerología y astrología incaica
Sin embargo, a pesar que el calendario agrícola estaba medido por la posición del sol en el espacio, el calendario Inca deriva de un calendario lunar que tiene una connotación numerológica curiosa. El calendario lunar medía el tiempo en el cual la luna se demoraba en dar una vuelta entera al cielo, es decir, un poco más de 27 días.
Un año de doce meses arroja entonces un total de 328 días, el número exacto de huacas construidas por los Incas en los alrededores del Cuzco. Eso significa que tenían un conocimiento exacto sobre el movimiento de las estrellas y manejaban dos calendarios indistintamente.