Poderosa, contundente, deliciosa. Así podemos definir a la sopa patasca, un potaje muy popular en las zonas altoandinas, en donde el frío arrecia y en las que este plato, más que una necesidad, es todo un placer.
Al viajero que le interesen los placeres del paladar, esta sopa no lo dejará insatisfecho en lo absoluto; de hecho, todo lo contrario. Una patasca puede cubrir fácilmente todos sus requerimientos nutricionales, además de su más exigente gusto. A lo largo y ancho de la región andina, su nombre puede variar, pero su contundencia y su sabor son básicamente los mismos.
Los protagonistas de esta singular sopa son el mote bien cocido, cuyo sabor es uno de los pilares de la sopa. Este se cuece junto con huesos y vísceras de carne de cordero, de mondongo y de vaca, lo que le otorga esa contundencia que se puede sentir tan solo al primer sorbo. El infaltable ají panca que se estila usar en el sur (aderezado con ajos y cebollas que puede acompañarse de cualquier otro ají de los que el Perú nos ofrece) y las hierbas aromáticas (hierba buena, orégano y huacatay) terminan de coronar su sabor espectacular.
El origen de este plato se remonta al mundo prehispánico, en el que los antiguos peruanos convivían bajo los rigores de las bajas temperaturas de las zonas altoandinas. Los requerimientos energéticos eran mayores, por lo que los antiguos peruanos acostumbraban a preparar caldos verdaderamente concentrados y poderosos. La patasca (del quechua “patascha”) significa “reventado”, y hace referencia al mote que en pleno hervor comienza a aflorar y abrirse.
Si deseas probar esta peculiar sazón de los andes, te recomendamos ir al restaurante El Tarwi (pasaje Ayulo 131 Jesús María), en donde probarás una deliciosa patasca al estilo ancashino. También puedes probar este y otros caldos suculentos en El Soperito (Av. Prolongación Iquitos 1798, Lince).