A la selva se llega por aire o tierra, pero para conocerla realmente el ecosistema obliga al viajero a un recorrido en contacto directo con todo lo que su naturaleza ofrece: espesos bosques, caminos intrincados, ríos caudalosos. Y si debe escogerse un lugar para empezar el recorrido, la ciudad de Iquitos, la médula de la Amazonía peruana, es el punto ideal. Previo aviso para el viajero: no se deje engañar por su pequeña extensión, que ya la cumbia amazónica lo ha consagrado en sus letras: en la selva está la fiesta.
Se comienza desde el núcleo del centro histórico, la Plaza de Armas, al lado de la cuenca del río Amazonas. En su centro, un obelisco rinde honor a los loretanos fallecidos en la Guerra del Pacífico. A su alrededor, la historia misma. Hablar de Iquitos es referirse también a la fiebre del caucho de entre 1879 y 1912, una etapa de bonanza económica que conllevó imborrables abusos a los trabajadores indígenas, y que cambió la historia de esta ciudad. Hoy su recuerdo se refleja solo a unos pasos al este del obelisco, donde se ubica la primera construcción prefabricada de América Latina, la Casa de Fierro, llegada al Perú desde Bélgica en 1890, cruzando el Atlántico en el buque brasilero Perseverança. Un poco más lejos, casi a orillas del Amazonas, se encuentra también la Casa Morey, construida en 1913 por el barón del caucho, Luis Morey, de estilo victoriano y pisos de loseta. Cuentan los rescatistas del espacio, el inglés Richard Bodmer y su mujer, Tula Fang, que por las noches aún puede oírse al barón andando por los pasillos. Otros afirman haberlo visto.
Descubrir que las calles palpitan al ritmo de las pisadas no es sorpresa para un lugar en donde todo cobra vida. Para presenciarlo en Loreto, basta con visitar sus poblados y fiestas. El pueblo primero: el Barrio de Belén, quince minutos al sur de Iquitos. La fiesta: San Juan. Conocido también como La Venecia Amazónica, Belén se divide en dos barrios: alto y bajo. Y es ejemplo perfecto de que la vida coexiste con los antojos de la naturaleza. En la parte alta se ubica el muy conocido Mercado de Belén, de donde –se dice– se nutre toda la despensa amazónica. Se registran más de trescientos noventa productos inventariados que se distribuyen entre algunos mercados de la zona y otros de las costas del río. Hay en venta más de sesenta especies animales y más de cincuenta tipos de peces, entre ellos el paiche o piracurú, el segundo pez de río más grande del mundo y miembro destacado del boom gastronómico peruano [también puede encontrarse en las piscigranjas que los alojan a orillas de la carretera a Nauta]. En la parte baja de Belén, por otro lado, la vida se ajusta a cada estación del año. Si es temporada de sequías, entre junio y noviembre, se aprecian estructuras de madera sobre las cuales se yerguen los hogares; si es temporada de lluvias, entre diciembre y mayo, las mismas parecen flotar debido al desborde del río Itaya. Para la fiesta de San Juan hay que pisar suelo amazónico entre el 23 y 24 de junio, elevar el apetito por el Juane –plato típico a base de yuca, elaborado originalmente en honor a Juan el Bautista–, estar dispuesto a meterse al río para purificar bíblicamente el cuerpo y bailar al ritmo de las bandas que acompañan la procesión de San Juan Bautista. Un dato: el día central, el 24, no debe perderse la Umisha, una danza alrededor de una palmera cargada de regalos.
Sin embargo, no se completa la visita a Iquitos sin rozar la naturaleza a flor de piel. Es justo y necesario visitar los poblados de Yagua y Bora, cercanos a la frontera con Colombia, entre el verde más enigmático. La llegada, a diferencia de otros destinos, requiere de varias horas y demanda caminatas y el cruce de ríos, acompañados por guías especializados. Una vez allí, el viajero experimentará las costumbres de estos pueblos, muchas de ellas ajenas al occidentalismo de nuestro día a día. Otra ruta hacia la selva íntima es la Reserva Nacional de Pacaya Samiria. Se trata de más de dos millones de hectáreas que constituyen la más grande área protegida de bosques amazónicos inundables, y una de las zonas más biodiversas del planeta. Rodeada por los ríos Marañón y Ucayali, alberga en su espesura especies en peligro de extinción como el lobo de río o nutria gigante, el manatí y el delfín rosado del Amazonas. Es posible visitarla durante todo el año. Sin embargo, debe saber que en temporada de creciente (noviembre a abril), la reserva se convierte en un espectáculo de aves, monos y animales anfibios; en temporada de vaciante (mayo a octubre), por otro lado, animales como lagartos y taricayas son la principal atracción. Y la lista continúa casi al infinito: más de medio millar de especies de aves, cien de mamíferos y 69 de reptiles, además de mil especies vegetales, pueblan esta reserva. Pero si la sed por naturaleza se mantiene viva, un abanico de opciones se abre para el viajero más intrépido, como las reservas nacionales Matsés y Allpahuayo Mishana. Usted decide, Loreto es infinito.
Para el viaje
Para disfrutar la aventura de este viaje sin pasar problemas, es necesario ir preparado con algunos elementos indispensables: no olvide repelente contra insectos, una linterna, protector solar, ropa de algodón, chaqueta impermeable, pantalones largos –para evitar las picaduras de insectos en las piernas– y una bolsa de plástico para resguardar documentos y dinero en sus trayectos por el río. Además, por precaución, consulte a su médico la posibilidad de tomar pastillas contra la malaria.